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Un crucifijo preside la escena y cerca destaca un hermoso códice medieval abierto con una imagen del Juicio Final. La vela aparece con la cera casi consumida y apagada.

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Observamos una larga barba leonardesca, símbolo de sabiduría y experiencia de la vida, su vestimenta roja cardenalicia, y una extrema delgadez, casi caquexia, con alopecia craneal. Facies con palidez, rigidez cutánea, le da aspecto de “cara de pájaro”. La piel con atrofia, tiene rigidez, tirantez, adherida o pegada a estructuras subyacentes, con aire de apergamiento.

San Jerónimo en su estudio

1541. Óleo sobre tabla, 80 x 108 cm

Marinus van Reymerswale
Reimerswaal (Países Bajos), 1489 – Goes (Países Bajos), 1546

San Jerónimo en su estudio, patrón de los traductores, se le representa desde hace siglos. En el Museo del Prado se pueden ver hasta 25 cuadros sobre San Jerónimo – Ribera, Ricci, Valdés Leal, Pereda, Patinir, Murillo, El Greco, etc. – .
 

En esta tabla de Marinus aparece sentado meditando sobre el Juicio Final, señalando con sus dedos una calavera. En realidad, nos mira a los ojos y nos transmite con su gesto, admoniciones sobre la inmediatez de la muerte y la necesidad de rezar.

Jerónimo (347-420), Doctor Máximo de la Iglesia nació en Dalmacia – antigua comarca entre Montenegro y Bosnia -. Estuvo tres años en el desierto de Calcis (Siria) como anacoreta. De regreso, se ordenó presbítero en Antioquía. Viajó a Roma, donde el papa San Dámaso le encargó la traducción al latín de las Sagradas Escrituras, conocida como “La Vulgata”. Se trasladó a Belén, donde fundó monasterios para peregrinos y donde murió. Está enterrado en Roma, en Santa María la Mayor.

Veamos la escena. Jerónimo en su senectud está en su aposento, quizás su celda, entregado al estudio y a la oración. Hay libros, cartas y legajos en la mesa y en la estantería. Un crucifijo preside la escena y cerca destaca un hermoso códice medieval abierto con una imagen del Juicio Final. El mensaje de esta pintura es potente: vanitas vanitatum omnia vanitas, vanidad de vanidades, todo es vanidad. San Jerónimo nos habla de la futilidad de los placeres mundanos, de la fugacidad de la vida, el arrollador paso del tiempo, la muerte que a todos nos iguala.
 
¿Cómo está representado todo esto?

La vela, con la cera casi consumida y apagada. La calavera, el vanitas para los historiadores del arte, que tiene una sorprendente exactitud anatómica, en una posición poco académica y señalada con el dedo índice de la mano izquierda de Jerónimo, como si fuera zurdo. Parece que nos dice ¡esto somos!, ¡recordad que la vida es muy breve!

¿Qué le pasa a san Jerónimo?

A la inspección general observamos una larga barba leonardesca, símbolo de sabiduría y experiencia de la vida, su vestimenta roja cardenalicia, y una extrema delgadez, casi caquexia, con alopecia craneal. Facies con palidez, rigidez cutánea, le da aspecto de “cara de pájaro”. La piel con atrofia, tiene rigidez, tirantez, adherida o pegada a estructuras subyacentes, con aire de apergamiento. ¡No podríamos pellizcar a san Jerónimo y producir pliegues!

Los pómulos prominentes, las cejas en hilo, como de máscara destacan la falta de la bola de Bichat. Advertimos un xantelasma en párpado inferior izquierdo. La nariz es larga, curvada o aguileña, afilada, tiene el tipo hebreo. Curiosamente la nariz de “Un hebreo”, cuadro de Joaquín Sorolla es igual a la de San Jerónimo.

La exploración de la boca es significativa, con labios delgados, retraídos, apertura bucal pequeña, constreñida con capacidad reducida de abrirla, pero que dejan ver los dientes separados con diastema. Las manos son raras, puntiagudas con dedos finos, afilados, telescopados, con esclerodactilia. Las uñas con afilamiento ungueal hubieran dificultado hacer una capilaroscopia.

JUICIO CLÍNICO

Sin duda, el conjunto de todos estos hallazgos físicos sugiere una esclerodermia clásica, hoy denominada esclerosis sistémica, una enfermedad de origen autoinmune.

Este retrato, como apunta el profesor Castilo Ojugas, es un modelo clínico que podría servir para ilustrar un texto clásico de conectivopatías.

Sin embargo, con inquietud y desazón, al observar la falta de arrugas en la cara de San Jerónimo, me afloran algunas dudas y objeciones. La profesora Gloria Amaya en un Itinerario didáctico para Amigos del Prado “Mensajes secretos a través del arte” afirmó que “el pintor, deforma las formas físicas”. En el panel del cuadro consta que “Marinus, muestra al santo con los gestos extremados y las formas exageradas de las manos, habitual en él”. Además, en la misma Sala se puede ver cómo Marinus pintó las mismas manos de San Jerónimo en “El cambista y su mujer” (1539).

Quizás la mirada de un escéptico o incluso de un religioso asceta solo viera a San Jerónimo como un anacoreta emaciado después de tres años de estadía en el desierto de Siria.