DANA VALENCIA:

Diario de nuestros voluntarios en la zona cero

Recogemos en esta sección el relato de los voluntarios que quieren aportar su testimonio sobre la experiencia que vivieron durante los tres días en los que nos adentramos en la zona cero de la DANA en Valencia, reflejo de la huella indeleble que dejará para siempre en las vidas de los que allí estuvimos.

La vuelta a casa

14 de noviembre de 2024

Alejandro Herrero Gallego
4° de Medicina

La desdicha es grande, pero el hombre es aún más grande que la desdicha

Ya han pasado 4 días desde que volvimos de ayudar como voluntarios en el área de calamidad provocada por la DANA de Valencia, y me parecen que han pasado 30 años. Es como si hubiese sido un paréntesis, un sueño en la ajetreada vida del universitario, un imaginar despierto que se acaba cuando nos llama de nuevo la vida.
 
Pero no. Ha sido todo real. Y ahora mismo, mientras escribo estas líneas, a esta hora entrada de la noche, seguramente los verdaderos protagonistas de esta historia están descansando de otro duro día de trabajo. O tal vez desvelándose en la noche, tratando de convencerse de que lo que han visto y sufrido estos días no es más que una pesadilla.
 
Probablemente ahí estarán Sonia, la enfermera, gestionando el tsunami inabarcable de mascarillas que la solidaridad de nuestros compañeros envió desde Madrid; el dueño del perro que se olvidaba de su propio garaje para ayudar a los demás; el comisario Carrasco, dedicando su tiempo de descanso a recibir más voluntarios en la comisaría; el dueño del chiringuito del Parque del Barranco, cruzando los dedos porque el futuro de su negocio pueda ser tan estable como su pasado no tan lejano; los niños que jugaban en ese parque, los únicos a los que parecían verle cierta gracia a mover su patín entre el lodo; a los voluntarios que arreglaban y llevaban bicis para que hubiese una forma de moverse entre las calles llenas de escombros; los vecinos de la urbanización frente al centro cultural, que, como mineros, con una coordinación y una determinación que no había visto nunca, vaciaron su garaje capazo a capazo, entre la oscuridad mohosa y el siniestro hedor; en el párroco de la Anunciación en Aldaia, bregando por poder restaurar el calendario parroquial mientras intenta invocar la esperanza para gente que ha perdido lo innegociable.
 
Estarán los que ofrecieron sus coches para llevarnos al polideportivo, posiblemente todavía limpiándolos del barro que dejamos al subirnos en sus asientos; estará la alcaldesa de Loriguilla, con sus concejales y sus subalternos, que sin tener nada que ganar (nadie, absolutamente nadie les subirá el sueldo por esto, ni suficiente gente lo sabrá para que le aporte un solo voto) nos recibieron casi a la medianoche a escuchar nuestras tímidas confesiones acerca de lo que habíamos aportado ese día; y esos mismas personas nos llevaron sin beneficio posible al infierno, a la zona zero, un Salvaje Oeste en el que las calles estaban invadidas por pistoleros (policías, guardias civiles, ejército) venidos de todas partes de España para limpiar la ciudad.
 
Y aquí, en la serenidad de mi cuarto, me pregunto si para ellos nuestro breve paso por Valencia también habrá sido como un sueño, como algo tan efímero que uno sólo puede dudar si es real. A pesar de que sé que hemos hecho lo que hemos podido, y de que no me arrepiento ni un átomo de haberme metido en esta locura que tanta inseguridad me daba antes de partir, no puedo evitar sentir lástima por lo que les queda a los que hemos dejado atrás.
 
Pero al mismo tiempo lo pienso y sé que hay algo verdaderamente auténtico en lo que hemos vivido. Ahora he visto que el cielo y el infierno no son lugares, son espíritus en los corazones de la gente. A pesar del ambiente devastado, nunca he visto a tanta gente tan unida responder con un mismo ser, como una verdadera familia herida por una calamidad. La solidaridad, el hablar con la mirada, el verse entre sí como hermanos (aún sin conocerse), el amar la vida como si fuese algo nuevo, el agradecimiento hasta las lágrimas y todas esas cosas que sólo veía en las pelis o en los libros… ahí era real. La utopía en medio de la distopía más absoluta.
 
Es posible que ellos se olviden de nosotros en concreto, pero yo creo que nosotros nunca los olvidaremos a ellos. Lo que nos han demostrado estos 3 días no es que sea solamente algo de por vida, es que es algo eterno. Volveremos a nuestras vidas, sí, pero una parte de sus almas erosionadas por la DANA hemos venido a heredarlas nosotros, al igual que ellos seguramente recordarán, con cierta dificultad quizás, pero con un brillo en los ojos, a la marabunta de voluntarios venidos desde los confines de este país para echar una mano o dos.
 
Una marabunta de la que me enorgullezco de haber formado parte.