DANA VALENCIA:

Diario de nuestros voluntarios en la zona cero

Recogemos en esta sección el relato de los voluntarios que quieren aportar su testimonio sobre la experiencia que vivieron durante los tres días en los que nos adentramos en la zona cero de la DANA en Valencia, reflejo de la huella indeleble que dejará para siempre en las vidas de los que allí estuvimos.

"Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre"

Hipócrates

Valencia 2024

Carlos Chica Huertas
3º Enfermería (UAM)

La decisión de viajar a Valencia vino cargada de emociones encontradas. Lo que comenzó como una alerta en los medios se transformó en una llamada a la acción, un compromiso con aquellos que necesitaban más que palabras de apoyo.

El paisaje, que alguna vez fue sinónimo de belleza y calma, ahora se mostraba herido. Las calles convertidas en ríos, los rostros preocupados de las personas y el incansable trabajo de quienes ofrecían su ayuda eran testigos de una comunidad en lucha “el poble salva al poble”. En medio de esa tormenta, aprendí que el verdadero cuidado no se limita al ámbito sanitario; es la humanidad misma extendiendo su mano, aun en la adversidad.

El camino en autobús hacia Valencia no solo fue un trayecto físico, sino un viaje emocional. Mis amigos, compañeros de esta travesía, fueron el refugio en medio de la incertidumbre. Las conversaciones a media voz, las bromas para aligerar el ambiente y los silencios compartidos fueron la manera de recordarnos que no estábamos solos. Entre nosotros, había una mezcla de nervios y determinación; sabíamos que lo que nos esperaba era desafiante, pero también que juntos podíamos enfrentarlo.

Recorrí barrios donde las aguas habían arrebatado lo material, pero no la esperanza. Cada conversación con los afectados revelaba historias de resiliencia.

Durante el trayecto, una señora mayor se sentó junto a mí. Poco a poco, comenzamos a hablar. Me contó que había perdido su hogar y que ahora viajaba a Valencia para quedarse con su hija, quien había insistido en acogerla. Sin embargo, lo que más me impactó fue la forma en que describió su pérdida. «No es la casa lo que más duele«, me dijo, «es ver cómo el agua se llevó los recuerdos: las fotos de mi boda, las cartas de mi esposo cuando éramos novios, los dibujos que mis hijos hicieron en la escuela. Cosas simples que llenaban la casa de vida.” A pesar de su dolor, ella no estaba derrotada. Sosteniendo una pequeña bolsa de tela en su regazo, me mostró lo único que pudo salvar: una medalla de la Virgen que llevaba con ella desde niña. «Esto no lo soltó ni la tormenta«, dijo con una sonrisa tenue. Su fe y su esperanza eran un testimonio de fortaleza en medio de la adversidad. Al despedimos con un abrazo, y antes de partir, ella me dijo: «Recuerda siempre que, incluso en lo peor, lo más importante no es lo que perdemos, sino lo que somos capaces de conservar: la esperanza, el amor y las ganas de seguir adelante.
 
Su historia se quedó conmigo, como un recordatorio de la fuerza que reside en los gestos más pequeños y en los momentos de mayor vulnerabilidad.
Mientras ofrecía apoyo, me di cuenta de que cuidar es un acto universal que trasciende profesiones y fronteras. Lo vi en los vecinos que compartían lo poco que les quedaba, en los bomberos que se enfrentaban al peligro sin pensarlo dos veces, y en los jóvenes que limpiaban calles llenas de barro con una sonrisa cansada, pero auténtica.

Esta experiencia me enseñó que cuidar no es solo un acto de amor, sino también un aprendizaje constante. Aprendí a valorar los pequeños gestos, las palabras de ánimo y las manos solidarias que construyen puentes donde antes había abismos. La DANA nos despojó de mucho, pero nos dejó algo inquebrantable: la certeza de que juntos somos más fuertes.

Valencia, en medio del caos, me recordó que en cada desafío hay una oportunidad para cuidar, para sanar, para construir un mañana más esperanzador. Y es que cuidar, como dicen los enfermeros, es el acto más puro de amor, sin importar dónde o cuándo surja la necesidad.