Recogemos en esta sección el relato de los voluntarios que quieren aportar su testimonio sobre la experiencia que vivieron durante los tres días en los que nos adentramos en la zona cero de la DANA en Valencia, reflejo de la huella indeleble que dejará para siempre en las vidas de los que allí estuvimos.
La decisión de viajar a Valencia vino cargada de emociones encontradas. Lo que comenzó como una alerta en los medios se transformó en una llamada a la acción, un compromiso con aquellos que necesitaban más que palabras de apoyo.
El paisaje, que alguna vez fue sinónimo de belleza y calma, ahora se mostraba herido. Las calles convertidas en ríos, los rostros preocupados de las personas y el incansable trabajo de quienes ofrecían su ayuda eran testigos de una comunidad en lucha “el poble salva al poble”. En medio de esa tormenta, aprendí que el verdadero cuidado no se limita al ámbito sanitario; es la humanidad misma extendiendo su mano, aun en la adversidad.
El camino en autobús hacia Valencia no solo fue un trayecto físico, sino un viaje emocional. Mis amigos, compañeros de esta travesía, fueron el refugio en medio de la incertidumbre. Las conversaciones a media voz, las bromas para aligerar el ambiente y los silencios compartidos fueron la manera de recordarnos que no estábamos solos. Entre nosotros, había una mezcla de nervios y determinación; sabíamos que lo que nos esperaba era desafiante, pero también que juntos podíamos enfrentarlo.
Recorrí barrios donde las aguas habían arrebatado lo material, pero no la esperanza. Cada conversación con los afectados revelaba historias de resiliencia.
Esta experiencia me enseñó que cuidar no es solo un acto de amor, sino también un aprendizaje constante. Aprendí a valorar los pequeños gestos, las palabras de ánimo y las manos solidarias que construyen puentes donde antes había abismos. La DANA nos despojó de mucho, pero nos dejó algo inquebrantable: la certeza de que juntos somos más fuertes.