DANA VALENCIA:

Diario de nuestros voluntarios en la zona cero

Recogemos en esta sección el relato de los voluntarios que quieren aportar su testimonio sobre la experiencia que vivieron durante los tres días en los que nos adentramos en la zona cero de la DANA en Valencia, reflejo de la huella indeleble que dejará para siempre en las vidas de los que allí estuvimos.

Ha nacido una estrella:
A.M.U: AYUDA MÉDICA UNIVERSITARIA

Valencia 2024

Profesor Dr. Jesús Poveda de Agustín
Departamento de Psiquiatría Universidad Autónoma de Madrid

No quiero ir.  No quería ir a Valencia. No quería saber nada de la historia del “Barranco del Poyo”.

Me daban “hastío” las imágenes del barro y lodo. De catástrofe y desesperación. Yo quería estudiar, preparar clases y conferencias, hablar y hablar de aquello como algo muy lejano.

Sonó el móvil el viernes día 1, fiesta burguesa de todos los Santos y todos los puentes. Quería ir al pueblo. Visitar la tumba de los abuelos, olvidarme del desbordamiento del río Poyo. Si aquello ocurría al este, en Valencia, yo me fui al Oeste, a Valladolid, a Medina de Rioseco, jopé con los ríos… o secos o desbordados.

Cerca de la tumba de los abuelos en Castilla tierra de “Campos y de Santos”, allí estuve en el Campo Santo rezando por los abuelos y curioseando por las tumbas. “No os olvidamos” vi en un tumba ruinosa y abandonada, porque ya estaban todos.

Volvió a sonar el móvil y yo quería pasear, montar en bici, disfrutar de los amigos, estudiar, escuchar música. El Madrid perdía como nunca, el Atlético ganaba en el último minuto, el Barça arrollaba y el Valencia lloraba a sus muertos. No quería ir.

El teléfono seguía sonando “Soy Jaime, un alumno de segundo, queremos ir a Valencia, ¿Nos ayudas?” Y la palabra AYUDA me rompió el perezoso cerebro, el bradicárdico corazón y la acomodada rutina de un largo y plácido puente. No quería ir. Quería ayudar a que Jaime fuera a ayudar. Le ayudé y la “Ola de alumnos” me llevó surfeando al “Poyo”, una rambla desbordada que había terminado con la vida de más de doscientas personas, arrasando el fértil costado suroeste de la ciudad de Valencia.

Una llamada, un correo, un nos vamos a ayudar y gracias a Nuria, la Vicedecana de Alumnos y Pilar López la Decana de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma donde soy profesor de psiquiatría desde el siglo pasado, se puso en marcha la Ola. Se llenaron furgonetas de ayuda humanitaria, se llenaron las aulas de comentarios, se llenó la universidad de ilusión. La estrella de la imagen de AYUDA MÉDICA UNIVERSITARIA llenó los pasillos, la cafetería, la biblioteca y todo el Campus. Organizamos un convoy de Ayuda Médica Universitaria (AMU).

Alquilé un coche para ir, la moto se quedó en “Centauro Coches de Alquiler”. Abrimos una lista en las redes, Google Forms, y empezó a llenarse de alumnos de enfermería, de nutrición, de medicina de la Autónoma, y de otras universidades, la Complutense, la Rey Juan Carlos, la Politécnica, la Alfonso X el Sabio. Ya sabía yo que no íbamos a caber en la moto. Del coche pasamos a la furgoneta y de la furgoneta, con madre incluida, al autocar. La Ola nos desbordó, se juntaron más de 80 alumnos. Jaime no vino. Como buen universitario inquieto tuvo una idea y la dejó fluir.

El convoy salió de la facultad de medicina el viernes 8 a las 14:00 horas, después de las clases, no podíamos irnos antes porque yo era el profesor. Salieron coches, furgonetas y un autobús camino de Aldaia. Ahí nos esperaba Sonia Sena, la coordinadora de enfermería del centro de salud del barrio del Cristo. Una población laboriosa y acogedora.

Al llegar y bajar de los vehículos empezaron a aplaudir, a ofrecernos comida y bebida, nos miraban con asombro y gratitud, nos abrazaban llamándonos “rey” y yo pensaba que estos del reino de valencia estaban muy afectados.

Sonia lloró al vernos llegar, nos dio las gracias y nos besaba como si fuéramos de su familia. El barro lo cubría todo, todo, todo. Aldaia tenía un color de tierra de huerta y la Estrella de la AMU empezó a brillar por las calles. Aquello parecía Beirut, Gaza o Ucrania… yo no quería ir allí, y estaba dormido encima de la mesa de un centro cultural reconvertido en dispensario.

A las 7 arriba y apareció el primer paciente “Vicente”, no se podía llamar de otra manera, náuseas, vómitos, diarrea y dolor abdominal. EPIS, palas, rastrillos, ya estábamos listos para continuar nuestra ayuda, nos dirigimos al ayuntamiento recorriendo las calles con coches arruinados sobre las aceras y los parterres. Y desde allí nos indicaron puntos de ayuda. Enviaron a unos a un polideportivo, a otros a un garaje, a un parque y a un teatro. Sólo nuestra presencia era terapéutica, nos aplaudían y nos piropeaban “vosotros sois los jóvenes de cristal blindado”. Nos preguntaban de dónde veníamos. Nos veían con cara de buenos, a pesar de las mascarillas, las gafas, las botas embarradas. Una mujer al salir de la iglesia nos preguntó de qué parroquia éramos… Cada uno ve la vida desde donde está.

El comisario Carrasco de Alaquàs nos envió al parque de la Acequia. Estaba desbordado. Y ahí un padre y un hijo dueños del chiringuito nos agradecieron la presencia. Su hijo nos contó que volviendo al pueblo, el martes 29, al ver llegar el agua aparcó en la gasolinera, se subió al surtidor y luego al tejado de ese área de servicio donde pasó la tarde y la noche con doce personas más hasta que les rescataron al día siguiente.

Un día agotador, a las siete de la tarde quedamos en la Iglesia de la Anunciación, después de 12 horas de duro trabajo. El párroco nos ensalzó y la gente empezó a aplaudirnos como si fuéramos Estrellas de Rock, el aplauso se prolongó y muchos voluntarios empezaron a llorar de cansancio, de emoción, de alegría, de tristeza. En uno de los garajes que limpiamos habían sacado dos cadáveres unos días antes. Una caravana de conductores que salían de la iglesia se ofreció a llevarnos al polideportivo de Loreguilla, a más de 30 kilómetros con las carreteras anegadas, puentes destruidos y firme de la carretera infirme, donde pasaríamos la noche. Montserrat la alcaldesa nos atiende con una sonrisa en su cansada cara y nos ofrece de todo: mantas, comida, bebida, duchas, mandarinas, mandarinas y sobretodo cajas de mandarinas. Aquello nos pareció un hotel de 5 estrellas. Después de cenar y compartir vivencias, a las 11:30 se apagó la luz del pabellón, se acallaron las voces y se hizo el silencio de casi un centenar de universitarios felices y agotados.

Yo no quería ir. Y estaba durmiendo bajo el arco de la portería de un polideportivo. Yo quería quedarme en mi casa corrigiendo los textos de las dos tesis doctorales que dirijo. Después de las veintidós dirigidas. Sentado en el sofá convertido en un “SOFISTA” diciendo lo qué hay que hacer, poniendo a “parir” a los políticos de todos los partidos, a todos los que no hacen nada, mientras el Madrid se lesionaba, el Atlético ganaba al Mallorca, el Barça esta vez perdía y el Valencia seguía llorando a sus muertos.

A las 7 de la mañana del domingo 10 de noviembre se encendían por sorpresa los focos del polideportivo. Empezaba el último partido. Un convoy de diez vehículos con el 4×4 de Protección civil abriendo paso nos llevó a Alfafar. Zona cero. El convoy aparcó junto al cementerio y empezó la DISTOPÍA. UME, Guardia Civil, Policía Local, Militares, Cruz Roja, Bomberos, Voluntarios, muchos voluntarios, no sobraba ningún voluntario y la Avenida de Torrent anegada de abrazos, sonrisas, dolor y muerte.

Yo no quería ir, pero la Ola de la Ayuda Médica Universitaria en un principio me arrasó, sin embargo como sé surfear finalmente me subí a ella.

Gracias a los Universitarios por ser así de “Inconscientes”.