Hace 15 días que la Dana arrasó con todo cuanto encontró a su paso, llevándose consigo casas, coches, negocios, y vidas. 15 días desde que todos los españoles dirigimos nuestra mirada hacia Valencia, la tierra donde los naranjos pintan el aire con su aroma, donde las fallas iluminan con sus llamas y danzas, donde cada paella cuenta un poema, escrito con arroz, azafrán y la tradición de su tierra. Una tierra llena de color, que ha quedado teñido por el barro y la tragedia, dejando una realidad desgarradora. Las redes se han inundado de imágenes, vídeos e historias que se reproducen una y otra vez en tu cabeza. Imágenes, que cuentan una realidad imposible de ignorar, una realidad que pide ayuda a gritos. Entonces nos preguntamos cómo podíamos ayudar, y sin pensarlo dos veces, pusimos rumbo a Valencia, con la esperanza de poder aportar nuestro granito de arena.
Cuando lo ves con tus propios ojos se te encoge el corazón, te encuentras con una realidad que parece sacada de la ficción, una distopía que no parece real. De pronto el horizonte se tiñe de un color marrón, las calles se sumergen bajo la capa oscura del barro, dejando los vestigios de una tierra antes llena de vida. Se abre ante ti un paisaje que parece producto de la guerra, un escenario dominado por el caos y la destrucción. Con los guantes, el epi y la mascarilla, te pones manos a la obra. Preguntas dónde puedes ayudar, y casi sin darte cuenta te metes en una cadena, todos coordinados casi sin mediar palabra, con miradas y gestos, donde no faltan los “gracias”. De pronto te ves cogiendo el asa de un cubo rebosante de barro, y cuando levantas la mirada ves a otra persona cogiendo de la otra asa, y asintiendo, lo levantáis a la vez. Y se crean cadenas de ayuda, todos a una, sacando barro y cubos que parecen multiplicarse, sacando objetos, muebles y escombros, restos de lo que antes era. Y de pronto aparece un recuerdo, un libro, una foto o un álbum, y te piden que la tires tú, porque ellos no se ven capaces.
La situación es desoladora, difícil de expresar con palabras, el barro lo cubre todo, hay casas destrozadas, miles de coches amontonados, negocios y campos arrasados, y familias que lo han perdido todo, pero que aun así dan las gracias por tener a todos sus familiares con vida. Te cuentan su historia, y se te rompe el corazón al escuchar “nosotros todo bien, no hemos tenido ningún fallecido.” Entonces, en medio del caos, una mano te coge, te pregunta de donde vienes, y con lágrimas empañando su mirada, te da las GRACIAS. Te dedican palabras de agradecimiento, aplausos y carteles, y aunque parece que no has hecho gran cosa, porque el barro y el desastre parecen interminables, sientes que sumando cada granito de arena, lograremos hacer una gran montaña.
Emerge entre el lodo una chispa de esperanza, cuando te cuentan el alivio que sienten cuando “por fin vemos el suelo de nuestra casa.” Es entonces cuando suspiran aliviados, recuperando un poco de esa esperanza perdida. Esa baldosa limpia trae consigo una promesa, recordándonos que, entre todos, saldremos adelante. Parece que el barro ha cubierto los pueblos, pero ha sacado lo mejor de los corazones, demostrando que la bondad y la solidaridad no entienden de colores o ideologías, sino de humanidad y empatía. Miles de personas colaborando juntas por una misma causa, sacar adelante al pueblo valenciano. Y en medio del barro se escucha una palabra de ánimo, risas y complicidad entre los que están ayudando, que consiguen que no pienses en el cansancio, sino en dar todo de ti. Así, el barro se convierte en testigo de una generación que parecía de un cristal debilitado por las pantallas y la superficialidad, pero que ha resultado ser de cristal blindado, demostrando ser capaces de entregar un amor y ayuda incondicionales, sin esperar nada a cambio, conscientes del dolor y la necesidad de tanta gente. Miles de jóvenes han entregado su tiempo sin dudarlo dos veces, y cubriéndose de barro, nos devuelven la esperanza de un futuro mejor.