DANA VALENCIA:

Diario de nuestros voluntarios en la zona cero

Recogemos en esta sección el relato de los voluntarios que quieren aportar su testimonio sobre la experiencia que vivieron durante los tres días en los que nos adentramos en la zona cero de la DANA en Valencia, reflejo de la huella indeleble que dejará para siempre en las vidas de los que allí estuvimos.

Lo que el viento no se pudo llevar

Valencia 2024

Sophie González Michaux
3º Derecho y ADE, UAM

Mentalmente ahí actuando aquí… Me levanto el lunes por la mañana como si fuese un día más. Pero hoy a los nombres de Jesús, Cecilio, Marcelino, Montse, Sonia y tantos otros ya les pongo cara e historia.

Esa mañana el viento se despertó con ganas de trabajar. Empezó a remover las aguas del levante como si de un juego tontorrón se tratase. A lo tonto tonto se le fue de las manos y ya era demasiado tarde cuando quiso darse cuenta de que la DANA había empezado. En las noticias no tardarían en salir los datos:

Más de 200 muertos, unos 10.000 efectivos movilizados, ruedas de prensa con las autoridades competentes, fase 1, fase 2, fase 3, Massanassa, Chiva, Paiporta…
 
Tenemos el vocabulario para definirlo y explicarlo todo. Los testigos “sofistas” bien lo saben, se encargaron de que corriera la voz y cumplieron su hazaña desde el sofá. Pero es a la misión del viento a la que yo quiero dar voz hoy. 

El viento vio cómo el agua se llevaba los coches, esos mismos coches que competían justo ayer con él para ver quién era más rápido. Vio cómo el agua destrozaba esos edificios, esos que había acariciado tantos años día tras día, y vio cómo la corriente arrastraba a esas familias, esas familias de las que se llevaba el sonido de sus risas y que ahora pedían auxilio.

No perdió ni medio minuto e hizo correr la voz. Por toda España y más allá de sus fronteras llevó la noticia de lo que estaba ocurriendo. Llamó a puertas de ministros, gobernantes, ricos y empoderados. Pero nada. Salió entonces a los caminos y a las calles, a los pueblos y ciudades, se dirigió al ciudadano de a pie como medida desesperada. Ese ciudadano que se quejaba en verano cuando él no estaba y a aquel otro que le reprendía en otoño. Apeló al padre de familia al que acompañaba cuando el sol aún estaba saliendo e iba a trabajar. Al estudiante que sufría si le veía aparecer mientras conducía el coche sin experiencia. A los niños a los que obligaba a tener que jugar con abrigo en el parque porque sus madres no querían que cayesen enfermos. A los normales llamó el viento. Y ellos respondieron a la llamada.

Como un solo hombre se levantaron, no se plantearon su insignificancia ni su pequeñez ni su debilidad. Los niños abrieron sus cuadernos de dibujo como si de armas se tratasen y enviaron sus colores al querido levante que había perdido todo color. Los padres se apretaron el cinturón y generosamente con espíritu de pobreza dieron lo que pudieron a quien más lo necesitaba, ese finde no habría cena con amigos, pero otros podrían recibir un respiro. Y los jóvenes…  ¡Ay! Los jóvenes… El viento no pudo evitar alguna que otra lágrima de emoción. Los jóvenes dejaron lo que tenían. Los que nunca le escuchaban, los más difíciles de impresionar, aquellos cuya atención era tan dura de apelar se movieron. La generación de cristal demostró su material, el impresionante cristal blindado que esconden detrás de su aparente mediocridad.
 
Valencia recobró su belleza, no por los camiones que pensaba el viento que mandarían las autoridades, sino por los dibujos de sus niños. Valencia recuperó sus bienes, bienes materiales necesarios, no por los empoderados, sino por los humildes padres de familia.

Valencia recuperó la verdad, la verdad de la nación unida, la verdad de que muchos pocos hacen un mucho. La verdad de que el futuro depende de unos grandes jóvenes que aún andan en potencia, pero que, con sus posibilidades, regalaron lo que tenían y lo convirtieron en acto: tiempo. Tiempo dedicado sin límites.

El himno que el viento entonces esparció lo estaba guardando para una ocasión especial. En una iglesia para estrenar la homilía de un joven cura, sonaron las voces más bellas que se han escuchado jamás. Bellas porque las movía el amor, no tanto por cómo estaban las notas afinadas, o la calidad de los instrumentos, sino por la confianza que se palpaba en ellas. El himno decía así:

Ayúdame a caminar
contigo iré sobre las olas de la mar,
y cantaré quien eres tú,
tú eres Jesús mi Dios mi rey mi libertad. 

Y el viento volvió a hacer de las suyas y se movió esta vez de forma horizontal hacia arriba, y el viento fue escuchado.

Y detrás de esa sonrisa mientras dabas un paquete de galletas estaba la huella del himno. En ese 1,2 y 3 al levantar un cubo de lodo con un desconocido estaba la huella del amor desinteresado. Estaba cuando llegó el camión tan esperado, en esas lágrimas a las puertas del hogar, en la incertidumbre del futuro, en la imposibilidad de coger el coche, en ese insomnio al querer cerrar los ojos…detrás de cada uno y cada una, se hacía un huequito el receptor de aquel himno para acompañar a cada uno de esos maravillosos que se movían por su mundo.

El viento se había llevado muchas cosas, pero no pudo llevarse la belleza, la verdad y el bien de la humanidad.

No les pudo arrebatar la libertad de amar.